Mertxe Fernandez

Cuando los hijos son armas

«Necesito un informe que diga…».

Lo ves venir… Lo intuyes… Lo sabes. Los padres se encuentran en proceso de divorcio y ¿qué mejor arma que sus hijos?

Son casos en los cuales el padre o la madre – excluyente: el uno o la otra, nunca juntos, porque se trata de una guerra – llevan a los hijos a la consulta para que una psicóloga pueda dar fe de lo mal que se lleva el otro progenitor con la criatura, del poco cuidado que tiene, del poco aprecio que le ofrece, del poco tiempo que le dedica…

Este es un inicio de sesión habitual después de haber visitado a un menor de edad, de entre cuatro y once años, durante no más de media hora.

Pero, lo peor de todo, no es eso, que bien podría ser cierto, sino que, tal cual llegan a la consulta, una sesión antes de decirme que necesitan el informe, vomitan, literalmente, y ante el hijo o la hija, todo el odio que sienten hacia su expareja. Y no acaba aquí, sino que para acabar de hacer sufrir a los niños y niñas a los que, presuntamente, están intentando defender y proteger, empieza una auténtica cruzada contra el otro progenitor, padre o madre, en la que, incluso, explican cómo, cuándo y con quien le fue infiel, o que no le pasa la pensión, o que se gasta el sueldo en cervezas en lugar de pagar las extraescolares, o que lleva el niño sin duchar o sin cenar, o que la ropa con la que lo ha vestido está rota y no es la misma con la que había «entregado» el niño. Sí…»entregado». Porque los niños se entregan y se devuelven… como paquetitos.

Y todo esto, sin entrar ya en lo que menos soporto: la fiable transmisión de información.

– «¡¡Dile!! ¡¡Dile a la «Doctora» – porque hasta que no se les llevas la contraria eres la doctora – qué viste el otro día!! SÍ… ¡¡aquello que me explicaste que hizo!!» o «Dile!! ¡¡Dile a la «Doctora» qué te contestó, o qué te hizo, o qué lo que sea!! Cosas que, en el fondo, el niño o niña ni siquiera era consciente.

– «Ya lo ve, doctora… Necesito un informe que diga…»

Es realmente vergonzoso e indignante. ¿Cómo se puede hacer bandera de cuánto se llega a querer a un hijo al mismo tiempo que se le está infligiendo unas heridas que, en algunas ocasiones, tardarán en cicatrizar y nunca, nunca, se olvidarán?

Escondido dentro de esta falsa protección, lo que existe es resentimiento, amargura, rencor, ofensa, venganza… Pero nada que tenga que ver con el beneficio real de aquel hijo o hija que paga las consecuencias que sus padres no hayan sabido ponerse de acuerdo de una forma civilizada, mirando por los intereses de los hijos e hijas en lugar de pensar únicamente en sus propias ofensas.

¿Conocéis el caso del juicio de Salomón y las dos madres? Pues si yo fuera Salomón, la custodia le daría a aquel que hace sufrir menos el hijo, no a aquel que, de forma desmesurada, hace ver que vela por sus intereses cuando, en realidad, lo que quiere es ganar la guerra contra la expareja.

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