Si queremos hablar de inteligencia emocional (IE) debemos hablar del psicólogo americano, el Dr. Daniel Goleman, que la define como “la capacidad de ser conscientes de nuestras propias emociones y el impacto que tienen en todo nuestro entorno especialmente en nuestra vida afectiva. Así mismo es la facultad de controlar y regular adecuadamente nuestras emociones, haciendo uso de importantes habilidades sociales como la automotivación y la empatía.” Es decir, la parte de la inteligencia encargada de controlar y gestionar nuestras emociones con la finalidad de poder adaptarnos mejor al entorno. Por otro lado, un individuo con una elevada inteligencia emocional sabe cómo se sienten los demás e, incluso, aprovechar los sentimientos de éstos en beneficio propio y conseguir convertir sus puntos débiles en puntos fuertes o, al menos, invalidarlos.
Según Goleman, las dimensiones de la IE son la conciencia de uno mismo, la autorregulación, la automotivación, la empatía y las habilidades sociales. No obstante, otros autores han añadido algún componente más a la IE. Por ejemplo, Reuven Bar-On, divide la IE en cinco componentes: el componente intrapersonal (comprensión emocional de sí mismo, asertividad, autoconcepto, autorrealización e independencia), el interpersonal (empatía, relaciones interpersonales, y responsabilidad social), la adaptabilidad (solución de problemas, prueba de la realidad y flexibilidad), el manejo del estrés (tolerancia al estrés y control de impulsos) y, por último, estado de ánimo en general (felicidad y optimismo).
Por otro lado, las emociones, esto es, lo que sentimos ante las diferentes situaciones y cómo reaccionamos antes ellas, tienen tres componentes. Uno fisiológico, que sería la respuesta de nuestro cuerpo a nivel físico (aumento de la tasa cardíaca, de la presión sanguínea, tensión, sudoración…). El segundo componente es el conductual, cómo nos vamos a comportar, cómo vamos a reaccionar ante esa situación. Por último, está el componente cognitivo, que es el más importante en relación con la IE, ya que es el que interpretará el hecho como positivos o negativo. Lo veremos más claro con un ejemplo. Imaginemos dos situaciones bien diferentes: Paseando una noche nos atacan tres atracadores vs paseando una noche nos encontramos con un amigo muy querido al que dábamos por desaparecido. Nuestras reacciones fisiológicas van a ser las mismas y, probablemente, también lo será nuestro comportamiento. Aumentará nuestra tasa cardíaca, nos emocionaremos, gritaremos, nos llevaremos las manos a la cabeza o lloraremos, pero ¿qué nos hará diferenciar claramente esas dos situaciones? Nuestra cognición.
Las emociones son mecanismos de defensa, todas y cada una de ellas nos ayudan a protegernos, por eso no podemos hablar de emociones positivas y negativas, ya que todas nos positivas, aunque sí que existen emociones agradables y desagradables. Nos ayudan también a controlar nuestros actos, a tomar decisiones de forma adecuada y, por tanto, a “predecir el futuro”, pues gracias a ellas sabemos cómo y cuándo podemos dirigirnos a según quién, y por tanto son mecanismos de defensa. También nos ayudan a conocernos a nosotros mismos (nos dicen qué pensamos, qué sentimos…) y a los demás. Si las escuchamos, aprenderemos también a cambiar nuestra vida hacia una vida más placentera. Por último, nos sirven también para ayudar a nuestra memoria a fijar los acontecimientos a largo plazo ya que, a mayor emoción percibida, más se fijará aquella situación en nuestra memoria.