Imagina que vives en una casa desde hace muchos años. Bueno… unos cuantos años. Digamos que 10 años, tampoco hay un tiempo exacto.
En esa casa vives con tu pareja. Quizás tengáis también hijos. Esa casa está a oscuras, no hay luz. Y la casa está sucia, muy sucia, porque con el tiempo se ha ido ensuciando y, como no se ve bien, ni se nota, ni se puede limpiar en condiciones. El caso es que te has acostumbrado a vivir allí, a vivir así. Tampoco es que te guste estar a oscuras y entre suciedad, pero no conoces otra forma de vida y, como decía antes, la suciedad no se ve, aunque, en cierto modo, la percibas.
Pero un día te dejas la puerta abierta y, tal vez por equivocación, entra una persona en tu casa. Al entrar, instintivamente, enciende la luz y, de pronto, te das cuenta de lo sucio que está todo. ¡No te habías percatado de nada hasta que alguien encendió la luz!
Cuando se enciende la luz, además de reparar en lo sucio que está todo, te apetece salir de allí hacia un lugar más limpio. También puedes intentar limpiarlo o, incluso, se puede llamar a un profesional de la limpieza, que los hay muy buenos y pueden brindar una gran ayuda. Pero, si no se limpia, ¡la luz llama! Y, en un principio, no es que se especule con mudarse o en irse a vivir a otro sitio de forma inmediata. Tal vez, de entrada, ni se pase esta idea por la cabeza o, en caso de ser así, se intenta borrar rápidamente esa idea, Pero… ¡la luz llama!
Pues lo mismo sucede con las parejas, o con el matrimonio. Al pasar el tiempo, la pareja se va acostumbrando un miembro al otro hasta, en ocasiones, llegar a invisibilizarlo. Se han acostumbrado a que estén allí, pero ni se hablan, ni se cuidan, ni comparten, ni se ilusionan… Tan solo viven uno al lado del otro en una rutina cada vez más tediosa: la relación se ha ido ensuciando. Y, en estas condiciones, ¿qué creéis que sucedería si llega alguien que, de pronto, encendiera la luz de vuestra casa?
Así que, si no queréis venga nadie a encender la luz de vuestra casa, intentad tenerla limpia y bien iluminada.