Mertxe Fernandez

¡Qué malos son nuestros jóvenes!

¡Sí! ¡Qué malos, rebeldes y maleducados llegan a ser los jóvenes de nuestros días! No saben estar, contestan mal, no hacen caso, no respetan y, ni siquiera, tienen una figura de autoridad… Y en cuanto al esfuerzo… el mínimo: ¡la ley del mínimo esfuerzo! Desordenados, poco cuidadosos, egoístas, no valoran nada.  Los valores se han perdido… Y como éstos, mil y un adjetivos más que los descalifican. Cuántas veces me llegan a la consulta unos padres desesperados diciendo, casi textualmente: «¡Aquí te el/la dejo a ver si tú puedes hacer algo porque yo ya no puedo más!» ¡Ya está! ¡Sentenciado!

Y, a quienes piensen así, les hago la siguiente pregunta: ¿Os habéis parado a pensar quién es el responsable de que estos supuestos «jóvenes inhumanos» sean cómo son? No me vale la respuesta fácil de qué es el sistema educativo y las escuelas. ¡Los responsables somos todos! Nosotros, la sociedad, pero muy especialmente, los padres. Somos nosotros los que estamos creando estos, repito supuestos, «jóvenes inhumanos».

Lo veréis mucho más claro con un ejemplo. ¿Cómo puede un maestro educar a un niño que se comporta mal en la escuela si, después de un castigo o una reprimenda, en el mejor de los casos llegará el padre o la madre a quejarse a los profesores porque «le tienen manía»?! Por no decir cuando ya amenazan con denunciar al profesor. Y, aunque os parezca mentira o exagerado, lo que acabo de decir se acerca mucho a la realidad.

¿Cómo puede un niño creer en la autoridad si no sabe lo que es? El trabajo de los niños y niñas (adolescente después) es ver hasta dónde pueden llegar. Intentarán, desde muy pequeños, averiguar dónde están sus límites y, resulta, ¡que no tienen! Pueden hacer lo que quieran. Y no solo eso, sino que aprenden que el adulto quizás grite, se esparvare, ¡se enfade… pero que no hay consecuencias, que no pasa nada! Que, al final, harán lo que ellos quieran. ¡¡O lo que todavía es peor, aprenden que ellos mandan!! Ahora bien, lo que no podemos hacer es culparlos a ellos de nuestros errores o de qué nosotros no hayamos sabido educarlos.

Y, por si hay tentaciones…, deciros que no hay que educar con mano dura y bofetones, se puede educar, perfectamente, desde el respeto, con aquello tan difícil de «con firmeza, pero con cariño». Porque sí: educar es muy cansado y difícil, pero es nuestra tarea y, por mil razones (se trabaja fuera de casa, se tiene poco tiempo, los otros lo hacen, no se sabe decir no…) se suple la carencia de tiempo con dar todo aquello que nos piden, especialmente en el plano material. Porque es más fácil ceder que enfrentarse, porque es más fácil ceder que tener que oírlos gritar, porque es más fácil ceder ahora que pensar en el mañana. Recuerdo, como si fuera ahora, cuando a un padre le dije que castigara al niño sin patinete el fin de semana por el mal comportamiento que había tenido en la escuela y me contestó: «Sí hombre!! ¡Y aguantarlo a casa de morros todo el fin de semana!»

Pero, además, por poner solo algunos ejemplos, son muchísimos los jóvenes de nuestro barrio que durante esta pandemia se han ofrecido altruistamente a ayudar a quién lo necesitara; son muchísimos los jóvenes que se van lejos de casa para llevar a cabo tareas humanitarias; son muchísimos los jóvenes que participan en agrupaciones y ONG’s como voluntarios; son muchísimos los jóvenes que luchan contra las injusticias sociales; son muchísimos los jóvenes que se preocupan por un planeta mejor… Y como estos, mil y un ejemplos más por los que sentirnos orgullosos.

Así pues, la próxima vez que penséis en los jóvenes de nuestros días de forma peyorativa, pensad también por qué son como son y quiénes son los responsables.

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